miércoles, junio 10, 2009

Renata

Renata es una vaquita diminuta que habita en las rendijas de mi cerebro. Como tiene complejo de piojo, cuando decide salir a pastar sobre la superficie de mi cuero cabelludo tiñe sus manchas de fucsia, así no la confunden. También puede hincharse y reducirse a piaccere, con lo que no es extraño sentirla bailar en el laberinto de mi oreja, o echarse a dormir en el cerro de mi teta derecha, apoyando la cabecita sobre la punta de mi pezón.

Renata no conoce el pudor ni la vergüenza. Dispone de mi cuerpo con la naturalidad de la inocencia. A veces me hace acordar a la mascotita de Cometín Sónico que cambiaba de color; sus actitudes son muy parecidas, y su camuflaje, idéntico. Mi vaquita es traviesa y muy coqueta. Se divierte intentando llegar a la China a través de mi ombligo, dando largos paseos por la llanura de mi espalda o jugando a las escondidas entre los dedos de mis pies.

Admito que a veces se pone un poco molesta. Cuando no le presto atención porque estoy en otra (el cine, la facultad, jugando al poker) se ofende e intenta recuperar su protagonismo mordisquéandome el lóbulo o haciéndome cosquillas en las axilas. La mejor solución para estos casos es inclinar la cabeza como si quisiera destaparme un oído y obligarla a meterse en su hogar, que, recordemos, es mi cerebro.

Pero yo la quiero a mi Renata. Sin ella las noches serían mucho más solitarias. Me divierte conversar con ella, aunque sus reflexiones no pasen de un muuu. Renata es mi musa inspiradora. Ella no lo admite, pero sé que en sueños me susurra historias mugiantes de su tribu mágica de vaquitas diminutas y multicolores. También me regala semillas de ideas, plantándolas en los rincones de mi lóbulo frontal de madrugada, para que florezcan a la noche siguiente y me llenen de sueños su jardín.

A veces temo que un día tenga que partir. Sé que la extrañaría, pero también la comprendería. Algún día tendrá que volver al país de Nunca Jamás, la aldea de los Pitufos o de donde carajo sea que vino. Pero hasta entonces, ella es mi vaquita, y yo su pradera. Y juntas somos mucho más que dos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Algo que de tan inocente me suena a drogas duras.

Claire Mandarina dijo...

Qué mala imagien que tenés de mí, Muzza...

Anónimo dijo...

Al contrario.