jueves, agosto 27, 2009

Publicate esta Mandarina II

Una vez más, los queridísimos editores de Oblogo han decidido que los delirios de madrugada que escribo en Mundo Mandarina valen la pena como para imprimirlos. Es por eso que ya pueden encontrar mi post La predisposición a la locura en el número 13 de Oblogo, la revista de los bloggers :D

Nuevamente mil gracias a la gente de Oblogo por su confianza en mis letras y su irremediable buena onda. Sigo creyendo que esta revista es un proyecto super interesante, y estoy segura que cientos de pasajeros del subte porteño les agradecen hacerles sus viajes un poquito más felices.

Pueden descargar el .pdf de Oblogo 13 haciendo click aquí.


En cima esta vez salí en la tapa re grande!
Y en el medio!
Y están Los Beatles!!!
kyaaaa

lunes, agosto 24, 2009

Tweet tweet

La primera vez que oí hablar de Twitter fue de la boca de mi amigo @elfaco. Me comentó que estaba usando una página (el término "red social" todavía no se había vuelto cool) cuya consigna era contar lo que estás haciendo en 140 caracteres o menos. Para una zurdita estudiante de la UBA como yo, la idea de hacer público cada minuto de tu vida en Internet me erizó los pelos de la nuca. Casi enojada le escupí que no, que cómo podía ser, que eso era el Panóptico digitalizado y, peor aún, voluntario, que estaba regalando su vida y su intimidad al capitalismo, etc. Afortunadamente él hizo caso omiso de mis acusaciones de militonta y continuó cosechando fama en Twitter. Hasta que, por esas cosas que tiene la vida, terminó consiguiendo laburo gracias a sus fabulosos posteos de 140 caracteres. Lo que en mi barrio se dice me cagó.

Fue entonces cuando pensé en darle otra oportunidad a esa cosita loca de la que tanto me había hablado. Debo reconocer que al principio Twitter es muy desconcertante. Uno no sabe por donde empezar. Siguiendo el consejo de Facu, arranqué por seguir a @Tuitiar, la comunidad argentina de Twitter, aunque nunca supe si alguien alguna vez me siguió o me dejó de seguir por eso.
Este es el momento glosario-educativo del post. Si bien quiero creer que la mayoría de quienes pueden leer esto ya saben qué es, cómo funciona y qué significan esas arrobas, quiero hacer este post extensivo para todos aquellos analfabetos 1.0 que aún no han descubierto el placer de regalar su intimidad al capitalismo. En Twitter uno sigue gente, y la gente (se supone) lo sigue a uno. Quienes te sigan a vos, serán tus followers, y viceversa. Eso significa que en tu página de inicio (de ahora en más, tu timeline) de Twitter aparecerán sus twitts, es decir, sus miniposts de 140 caracteres. Y tus twitts, por supuesto, aparecerán en los timelines de tus followers. A su vez, así como en los blogs existen las etiquetas para clasificar las entradas, se pueden etiquetar los updates de Twitter a través de las llamadas hashtags, que se identifican por tener el símbolo #numeral al comienzo (por ejemplo, #HarryPotter).

¿Que por qué tengo esta explicación tan aceitada? Bueno, es que últimamente se lo he estado explicando a muchísima gente. Compañeros de laburo, de facultad, amigos, familia; de repente, mi vida necesitó la explicación de qué es Twitter por el simple motivo de que mucho de lo que está sucediendo en ella tiene que ver con ese bendito invento de un genio de la Interné. Yo no conseguí laburo gracias a Twitter (todavía) pero sí he conseguido otras cosas.

A ver. Creo que uno de los verdaderos sentidos que le encontré a Twitter fue en las últimas elecciones legislativas. El pasado 28 de junio fui, voté, volví y prendí la compu para ver el timeline. Porque, claro, la veda electoral rige para los medios de comunicación tradicionales, pero no para los picarillos 2.0. Con lo cual, a tavés del hashtag #urna2009 uno podía encontrar todos los twitts relacionados con las elecciones. Y tenías gente que comentaba desde si habían visto muchos o pocos ciudadanos con barbijos hasta los boca de urna que habían oído por ahí, pasando por verdaderos twittaholics que actualizaron desde su lugar de presidente de mesa durante toda la jornada. Como bien dijo uno por ahí, "Negra!! Prendé el Twitter pa'ver cómo van las elecciones!".

Ahí entendí que lo que tiene de genial y novedoso Twitter es que es comunicación directa entre miles de personas, sin ningún tipo de filtro, censura o edición. Y no estoy hablando solamente de gente común como vos, yo o mi verdulera. Hablo de gente famosa. Díganme cholula, no me importa: tener la oportunidad de saber en qué está laburando David Lynch, qué está pensando Neil Gaiman o incluso leer twitts de un astronauta desde un jodido satélite en órbita, es un flash.

Con el tiempo entendí que la mayoría de la gente no usa Twitter para contar qué es lo que está haciendo. O sí, pero no es la gente más interesante. El desafío de la brevedad es alto, y quienes logran surfear con elegancia por los 140 caracteres son verdaderos genios. Hay muchas mentes brillantes dando vueltas por la twittósfera, y es un placer que deleita los ojos. Se encuentran verdaderas prosas y verdades profundas por ahí. Ni hablar de esos twitts que te arrancan una carcajada en el medio del laburo. Es difícil explicarlo. Tienen que vivirlo.

A Twitter puede definírselo de mil maneras. Una de mis favoritas es pensarlo como un medio de comunicación masivo y alternarivo a la vez. Sigo varios canales de noticias, como este o este (aunque, hay que admitirlo, la mayoría está en inglés). Durante el conflicto en Irán esos canales tiraban información (ampliada en links) que no se veía por ningún otro lado. O en el proceso de Honduras que arrancó con el golpe de Estado, seguir a twitteros hondureños era una inagotable fuente de sorpresas. Twitter es materia prima, información cruda, directa de una persona a otra. Es la pesadilla de los monopolios de los medios de comunicación. Y por eso me encanta.

Sin embargo, nunca pude abandonar mi idea originaria con respecto a Twitter. Sigo creyendo que, en cierta forma, es el panóptico digital y voluntario. Además, es super adictivo. Cada vez que aparece la Fail Whale indicando que el servidor está saturado miles de personas al rededor del mundo gritan la agonía, deseando poder twittear que qué desesperante es que se caiga Twitter. Pero, como todo, termina dependiendo de uno. Es uno mismo quien elige el uso que le quiere dar, cuánta información poner, cuánto mostrarse ante sus desconocidos followers.

Para mí, como todo en Internet, el secreto está en el antifaz.

miércoles, agosto 12, 2009

La vocación de geisha

Las mujeres, como todos sabemos, somos capaces de cualquier cosa con el incentivo correcto. Podemos recorrer siete veces los cinco pisos de un shopping en épocas de liquidación (como esta). Una madre que ve a su retoño en peligro logra desarrollar la fuerza de Hulk en microsegundos con tal de rescatarlo. Una mujer despechada es capaz de suicidarse por (falta de) amor.
Entre todas estas potencialidades infinitas que abrigamos las damas y las señoritas, hay una en particular que se destaca en llamativa. Es la que he dado en llamar la vocación de geisha.

Las primeras palabras del artículo de Wikipedia sobre el término "geisha" la definen como una artista tradicional japonesa. A diferencia de la creencia comúnmente instalada, una geisha no es una prostituta de lujo. Es una mujer que desde su infancia se dedica a estudiar aplicadamente muchísimas artes japonesas (en este blog queremos a los japoneses porque hacen de cualquier cosa un arte), tales como la danza tradicional, la ceremonia del té, la caligrafía o el ikebana. Así como un experto espadachín es un artista marcial, una geisha es una artista del entretenimiento.

El trabajo de una geisha (porque, como todo artista, es una trabajadora) consiste en entretener a los clientes a través de su talento, a cambio de dinero, por supuesto. Su objetivo es otorgarles otros tipos de placeres que, si bien mantienen cierto erotismo, no tienen que ver directamente con el sexo. Placeres estéticos, visuales, sensibles, que relajan el cuerpo y la mente e inspiran cariño, ternura, amor o deseo.

Una joven porteña del siglo XXI difícimente pueda compararse a una geisha. No nos entrenan para dominar el secreto del arreglo floral o las danzas tradicionales, y mucho menos para cobrar por ello (eso es de putas). Pero algunas veces, si somos afortunadas, podemos cruzarnos con un hombre que nos despierte esta vocación servicial de producirles placer de todas las formas que nuestra imaginación nos dispare.

Pocos son aquellos que lo logran. En la mayoría de los casos, se trata de relaciones a la inversa, pues esperamos que ellos nos cortejen a nosotras. Dedicarse devotamente a un hombre era la regla standard hace cuarenta años: la mujer, en la casa, debía tener todas las necesidades de su marido satisfechas: la comida caliente cuando volviera de trabajar, los chicos bañados y prolijos, y las piernas abiertas en la cama, aunque así no lo quisiera. Es por eso que hoy dedicarnos a un hombre con devoción puede ser visto como símbolo de sumisión, de poca personalidad, hasta de machismo inconsciente.

Y sin embargo, a todas nos llega en algún momento. Sucede que un hombre sin intención nos despierta un ingobernable deseo de caer a sus pies, de sorprenderlo, de producirle placer no sexual, sino estético. Y entonces todo lo que hacemos lo convertimos en arte femenino: nos vestimos muy lindas cada vez que vamos a verlo, nos maquillamos pacientemente, le hacemos masajes con aceites aromáticos, le preparamos una cena exquisita con una receta de Narda Lepes que vimos por canal Gourmet. Nada nos hace más felices que mimarlo, agraciarlo, relajarlo en un oasis de rutina con caricias de terciopelo y perfume de marca.

Podemos pasarnos la vida devotas a un hombre que nos desprecie, pero eso no nos puede hacer más felices. No regalemos nuestros encantos a quienes no sepan apreciarlos, porque no los (ni nos) merecen. Recomiendo entonces, y con conocimiento de causa, tener la fortuna de arrodillarse a los pies del mismo hombre que a la mañana siguiente nos sorprenda trayéndonos el desayuno a la cama. El secreto de la felicidad femenina quizás se encuentre en la incosciente puntería del hombre merecedor de nuestra vocación de geisha. Y entonces ambos serán los arridillados, y podrán mirarse a los ojos durante todo el presente de sus vidas.









Porque, por si no lo sabían, también existen los hokan.

domingo, agosto 09, 2009

No-comida tailandesa

Mamá Mandarina me despertó este domingo, me deseó feliz día del niño (no puedo creer que todavía alguien me desee feliz día del niño) y me invitó, como regalo, a comer a Lotus Neo Thai, un nuevo local de comida tailandesa en mi barrio, Belgrano Chico y Chino.

En principio, llegamos y sólo había disponible una mesa bajita para sentarse en el piso con unos almohadones (como comemos mi vieja y yo frente a la tele). Bue, ponele que me la banco porque es re onda thai comer en el piso. Dejémonos llevar por la decoración oriental-palermitana y aceptemos las reglas del juego.

Pedimos dos menúes (o menuses) de mediodía, esto era: entrada, plato principal, postre o café y copa de vino o vaso de té rojo. Como no somos muy alcohólicas las dos nos decidimos por el té rojo, bebida que detesté apenas la probé (por qué carajo le ponen especias a las bebidas? queda más oriental?). Arrancamos mal.

Se supone que lo bueno de pedir el "menú del día" en los restoranes es que sale rápido. Esto no lo digo yo, lo dice cualquiera. Es así en todos lados. Menos en Lotus.

Nos traen, en vez de pan, unas pastas de camarones que cualquiera que viva en el barrio chino sabe comprar y consumir. Las devoramos en cinco minutos. Y entonces comenzó la enorme espera.

Se las resumo: estuvieron 40' para traer las entradas. Sí, leyeron bien: sólo las entradas. Que eran tres empanaditas chinas pedorras fritas y tres pedacitos de pollo (crudos). Bien. Si habíamos arrancado mal, ahora estábamos como el orto.

A todo esto, los mozos eran tres hippies roñosos con zapatillas sucias y ropa de bambula que no tenían ningún tipo de sincronización. Nos atendieron los tres en diferentes momentos, no nos trajeron el agua mineral que les pedimos, se sacaban los mocos en frente a la cocina (bueno, eso quizás no, pero sigo enojada).

A los 50' yo ya había salido, me había fumado un pucho, le había hecho prometer a la moza que si no venía en 5' nos íbamos al carajo y había logrado poner nerviosa hasta a mi mamá. Finalmente, cuando decidimos irnos sin que nos hubieran servido, salieron los platos. Así que bue, ya fue, comamos...

...horrible.

A ver, yo no soy asquerosita: me banco comer comidas locas y extrañas, hacer turismo guiri-culinario y me encanta ver los programas de mi vecina Narda Lepes viajando por el mundo y comiendo cualquier porquería. Pero hay cosas que en un restorán, sirvan la comida que sirvan, no se deben hacer. Y una de ellas es que los ingredientes deben estar detallados en el menú. Por ejemplo, si yo pido pollo al curry con leche de coco, no podés traerme pollo picante al curry con jengibre, mango (wtf?) y leche de coco. Porque a mí no me gusta el picane, y simplemente detesto el jengibre. Mismo caso para lo que pidió Mamá Mandarina: los hongos saltados con verdura del menú en realidad eran verdura con hongos saltadas con brotes de soja, y mi vieja detesta los brotes de soja (dice que es como comer papel), tanto como yo el jengibre. La verdad sea dicha: su plato con nombre rococó era en realidad una pequeña y variada ensalada salteada con salsa tamarinda que incluía ingredientes tan orientales como brócoli, coliflor y tomatitos cherry (wtf?).

Lo único bueno de la comida fue el cuenquito de arroz hecho en vaporera que nos trajeron para acompañar.

Por supuesto, terminamos de comer y huimos raudamente. No fuera cosa de que por esperar el café (que seguro venía frío) ya me empezaran a salir canas. ¿Que cuánto nos salió el mal trago? Nada, tranquilos: sólo $96.-!!!

Conclusión: Lotus se ve divino, tiene una ambientación linda (aunque un poco oscura) y sabe venderse bien. Pero el servicio, la comida y sobre todo el precio apestan. Porque, como ya lo dijo la sabiduría popular, las apariencias engañan.

Foto de mi pollo con curry, jengibre y mango con el té rojo. Por más divino que se vea, no lo olviden: en el mismo barrio por $96.- se clavan terrible parrillada uruguaya con un tinto exquisito en El Pobre Luis.

jueves, agosto 06, 2009

La predisposición a la locura

La sitcom norteamericana "Dharma y Greg" comienza con un acto de locura. Sus protagonistas se conocen en un tren y al cruzar sus miradas se enamoran. Todos hemos pasado por una situación así en más de una oportunidad. Pero a diferencia de lo que sicede diariamente, esta vez Greg toma coraje y decide invitar a su desconocida a tomar un café.

Cuántas veces cruzamos miradas con anómimos transeúntes o compañeros de viajes efímeros y sentimos que sus ojos nos acariciaban el terciopelo del corazón. Incluso podemos haber abrigado la esperanza de acercarnos, hablarnos, invitarnos a bajarnos juntos y tomarnos un café o quedarnos una noche en Viena. Pero la timidez, el miedo, hasta los códigos sociales nos cosen la boca y nos reprimen el impuslo. Como dijo una pelirroja en un sueño, somos hormigas, y no quiero ser una hormiga contigo.

Si no fuera por mi primo, creería que las historias de amor como las de Dharma y Greg son puro cuento de hadas o película de Richard Linklater. Pero mi primo Damían es un ejemplo vivo de predisposición a la locura. Una tarde estaba pasando por Madrid, su ciudad, y unos ojos almendras caminando hacia él le robaron el aliento. Dudoso, siguió caminando hasta cruzarla y perderla para siempre. Pero a los pocos pasos apretó los puños y se dijo a sí mismo que esta vez no la iba a dejar pasar. Volvió corriendo sobre sus pasos y la encontró descendiendo en la boca del Metro. -"Disculpa, ¿me das tu teléfono?" le escupió Damián. Los ojos almendras sorieron y respondieron en perfecto madrileño: "Sí. Apunta. Me llamo Carol.". En el apuro, mi primo se había olvidado de preguntarle el nombre.

La apuesta le salió bien, pero bien podría haberle salido mal. Carol es una madrileña encantadora e indiscutiblemente valiente y brava, porque, hay que decirlo, ¿cuántas mujeres están (estamos) dispuestas a dictar su número telefónico a un desconocido?

Pocas.
Quizás tan pocas como hombres capaces de pedirlo de esa forma.

Mi primo Damián, su novia Carol, incluso Dharma y Greg, poseyeron durante un mágico instante lo que yo llamo la predisposición a la locura. Es un momento efímero de adrenalina donde el alma le gana la batalla a la mente por el el cuerpo. Porque sólo los locos y los enamorados son capaces de pedir o ceder su alma o su número de teléfono a un extranjero en sus vidas.

La predisposición a la locura se manifiesta en un instante (el instante en el que le decimos a nuestra alma que sí) pero dura mucho más. Para algunos, es una forma de vida. Para otros, una etapa. Y para otros, sí, es sólo un instante. El alma puede mantenerse agazapada como un conejo blanco esperando el momento indicado para saltar y dominar al cuerpo en el atizbo de presente correcto durante un tiempo indeterminado. A veces toda una vida. A veces el conejo nunca llega a saltar y se le paralizan las piernas de dolor.

Las situaciones provocativas a dejarnos llevar por la locura suceden diariamente en los lugares que solemos frecuentar, esquinas memorizadas o en decorados inesperados como un ascensor o una iglesia. Suceden por la noche, la madrugada y la siesta. Y nosotros las dejamos pasar constanemente, manteniendo al conejito apretado contra el suelo, paciente. Dominamos nuestra locura, ya que no nos dejamos llevar por la tormentosa corriente de ese río fresco llamado inceridumbre. Una y otra vez nos decimos que no a nosotros mismos, porque no es correcto, no está bien visto, no sé si vale la pena o no me queda bien. O simplemente no, porque no sé.

Son aquellos escasos momentos en los que decimos sí, y nos sumergimos en la locura de lo desconocido, lo incierto. ¿Puede salir mal? Claro que sí. Pero la vida es eso. Es vivirla, disfrutarla, arriesgarse, perder, ganar. La vida nos tira los dados constantemente, y nos preguna si vamos a apostar. Todo o nada.



¿Cuánto podés tardar en decir que sí?