Mi vieja tiene un amigo, Bubby, al que llama su marido virtual. Es un amigo de hace muchos años con el que habla por teléfono todas las noches antes de irse a dormir, durante una hora o más. Se cuentan qué hicieron en el día, charlan de política y las novedades mediáticas de la semana mientras ella fuma y él se emborracha con vino. Después se van a dormir, cada uno en su cama.
Siempre me dio gracia esa relación que tienen. Dos cincuentones divorciados que apalean la soledad del dormitorio con compañía telefónica. ¿Acaso serán los únicos que hacen algo así? ¿Cuántos complementan ausencias de un lado con compañeros de otro?
El amor toma mil y un formas. Cada relación es en sí misma una nueva forma de amor. A veces nos hacen creer que una vida sin amor pasional (entiéndase "de pareja") es una vida incompleta, gris, marchita. Como si tener un hombre al lado le diera sentido a la existencia de una mujer, y viceversa.
Bubby una vez le dijo a mi vieja que el problema de las minas es que buscan en un tipo todo (un marido, un compañero, un amante), hasta que se dan cuenta de que la posta es un marido por un lado y un amante por el otro. Mamá Mandarina, en cambio, dice seguir creyendo en el amor completo entre dos personas.
Y yo... yo tengo mis dudas. Creo que la hermosa pluralidad del amor es su virtud más grande. Podemos no estar en pareja, o no estar enamorados, pero con amigos y amantes la vida se llena de amor y compañía.
El secreto está de la felicidad en no ser solitario.
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miércoles, octubre 14, 2009
miércoles, octubre 07, 2009
Pasajera nocturna
Hace ya algunas semanas que vengo con algunos problemitas para dormir de noche. Mi rutina nocturna viene a ser la siguiente: llego de laburar, ceno algo, me cuelgo en la computadora escribiendo, twitteando y boludeando y cuando me di cuenta son las 4.30am. Hora del bajón. Entonces abro la heladera y me llevo lo que haya encontrado (en el mejor de los casos una milanga fría) al livin, para ver la tele mientras como. Pero justo entonces agarro alguna repetición de una peli o serie que me interesa por más que ya la haya visto, y cuando vuelvo a ver el reloj son las 6am. Y entonces ahí sí, apago la tele, guardo todo, vacío el cenicero y me meto en la cama, agradeciendo que mi horario laboral arranque a las 14hs.
Yo no sé por qué hago estas cosas. Por un lado, bueno, admitámoslo de una vez: tengo una adicción a Internet. Necesito chequear los mails, los blogs, Twitter y, en menos medida, Facebook. También están esos amigos online que una tiene, a los que no les conocés ni la cara, pero con los que pasás horas chateando por día. Pero más allá de Internet... ¿cómo puede ser que me esté cayendo de sueño, y luego de encender la computadora deje de bostezar?
Por otro lado está el tema de la soledad nocturna. Como convivo con Mamá Mandarina, es difícil estar sola y tranquila en casa, sin que nadie interrumpa ni rompa las pelotas. Las madrugadas, en cambio, son sólo mías: ella duerme, yo escribo.
Y por último, está el tema de los límites. ¿Por qué no me voy a dormir a un horario medianamente normal? No digo las 22.30hs, eso no existe en mi mundo ni nunca existirá. Pero, por ejemplo, la 1am... no es un mal horario para acostarse. O las 2am, incluso. Y no. No lo hago. Cuelgo entre bloggers y Legalmente Rubia por más que en mi cabeza todo lo que quede es una niebla sonámbula. Quisiera que se entienda esto: no es que se me vaya el sueño, es que reniego de él. Durante el día puede atacarme un cansancio infernal en cualquier momento. He cabeceado seriamente cargando expedientes en el laburo, y las siestas de 45' que me pego en los colectivos son lo que me mantienen con vida. Pero cuando llega la noche, mi mente se niega a ponerse a descansar, por más que mi cuerpo lo implore. Como si fueran horas secretas de tranquilidad personal que le robo a las madrugadas para tener tiempo no sólo para hacer lo que debo, sino también lo que me gusta.
De modo que sí, tengo problemas con la adicción a Internet, y un serio trastorno del sueño que debo controlar. O al menos aprovechar ese tiempo mejor, y en vez de volver a ver Ray, escribir este post.
Uy, son las 2.10am...
Listo, me fui a dormir.
Yo no sé por qué hago estas cosas. Por un lado, bueno, admitámoslo de una vez: tengo una adicción a Internet. Necesito chequear los mails, los blogs, Twitter y, en menos medida, Facebook. También están esos amigos online que una tiene, a los que no les conocés ni la cara, pero con los que pasás horas chateando por día. Pero más allá de Internet... ¿cómo puede ser que me esté cayendo de sueño, y luego de encender la computadora deje de bostezar?
Por otro lado está el tema de la soledad nocturna. Como convivo con Mamá Mandarina, es difícil estar sola y tranquila en casa, sin que nadie interrumpa ni rompa las pelotas. Las madrugadas, en cambio, son sólo mías: ella duerme, yo escribo.
Y por último, está el tema de los límites. ¿Por qué no me voy a dormir a un horario medianamente normal? No digo las 22.30hs, eso no existe en mi mundo ni nunca existirá. Pero, por ejemplo, la 1am... no es un mal horario para acostarse. O las 2am, incluso. Y no. No lo hago. Cuelgo entre bloggers y Legalmente Rubia por más que en mi cabeza todo lo que quede es una niebla sonámbula. Quisiera que se entienda esto: no es que se me vaya el sueño, es que reniego de él. Durante el día puede atacarme un cansancio infernal en cualquier momento. He cabeceado seriamente cargando expedientes en el laburo, y las siestas de 45' que me pego en los colectivos son lo que me mantienen con vida. Pero cuando llega la noche, mi mente se niega a ponerse a descansar, por más que mi cuerpo lo implore. Como si fueran horas secretas de tranquilidad personal que le robo a las madrugadas para tener tiempo no sólo para hacer lo que debo, sino también lo que me gusta.
De modo que sí, tengo problemas con la adicción a Internet, y un serio trastorno del sueño que debo controlar. O al menos aprovechar ese tiempo mejor, y en vez de volver a ver Ray, escribir este post.
Uy, son las 2.10am...
Listo, me fui a dormir.
Good night!
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Cuelgue,
Internet te amo,
Mamá Mandarina
jueves, septiembre 17, 2009
Miss Universo
El comedor del hotel estaba casi vacío a esa hora de la madrugada. Ana se pidió un café negro, prendió un cigarrillo y dejó a Lucía en el piso. La nena tenía un año, pero había empezado a caminar a los nueve meses, así que parecía una enana correteando entre las mesas. Sólo había otras dos ocupadas: un hombre solo que tomaba Campari mirando por la ventana, y más apartados, dos militares sentados y uno de pie, fumando cigarros. Ana intentó relajarse. El avión que había conseguido para ir hasta Madrid hacía escala en Chile, donde paraban una noche, para volver a salir rumbo a la madre patria a las 6.30AM. En Madrid la esperaba Bernardo, el padre de Lucía. Corría el año 1987. Las heridas de un genocidio disfrazado de guerra contra la subversión aún no sanaban del todo. Ana había perdido a muchos amigos y familiares durante la dictadura argentina, y ahora se encontraba en una dictadura chilena. Saberse en territorio gobernado por un milico de facto la incomodaba y le traía memorias todavía frescas y dolorosas. Apagó el cigarrillo, terminó el café y levantó la vista. A Lucía no se la veía por ningún lado.
Inquieta, se levantó. Lucía, Lucía... ¿dónde estás, Lucía? La nena no aparecía y Ana maldijo sus minutos de distracción. Comenzó a buscarla por todo el comedor, llamando a Lucía, Lucía... ¿Lucíaaa? Finalmente la nena apareció abajo de una mesa cercana a los tres militares. Se acercó hasta allí y la tomó en sus brazos, cuando el chileno de pie la miró a los ojos. Ana apretó a su hija contra su pecho y durante esa mirada recordó como un remolino los robos de bebés de la dictadura argentina, las torturas, las desapariciones... El militar le sostuvo la mirada, y para su sorpresa, le sonrió.
-¿Su hija se llama Lucía?
-Sí, señor.
-Como nuestra segunda madre...
Ana no comprendía. ¿Qué segunda madre? ¿De qué hablaba? ¿Qué podía tener ese milico horrible y torturador con el nombre de su hija? Y entonces recordó: Lucía Pinochet.
No pudo evitarlo, todo transcurrió en un segundo. Sin pensar, sin pensarlo, Ana respondió
-Mire caballero, madre hay una sola...
El milico permutó la sonrisa brillante que lo adornaba hasta entonces por una mirada seria de asco y sospecha. Lentamente dio vuelta a la mesa donde sus dos compañeros observaban la escena, y solicitó
-Documentos, por favor...
Ana entró en pánico interno. De repente cayó en la cuenta de lo que había dicho, de dónde estaba... Se excusó diciendo que tenía que ir a buscarlos y se retiró del salón comedor, sintiendo las miradas militares clavadas en su nuca de posible subversiva.
Una vez en la habitación pensó en qué hacer. Dejó a la nena dormida sobre la cama y empezó a dar vueltas como un tigre enjaulado. Tenía que llamar a Bernardo, avisarle lo que había pasado. Su cabeza era un huracán. Los milicos la habían perseguido durante los 70' por sus amistades revolucionarias y la habían empujado al exilio. Había logrado escaparse de la muerte en ese entonces, y ahora lo echaba todo al diablo por no saber callarse la boca. En eso, suena el teléfono. Le avisan de conserjería que están haciendo un simulacro de incendio, y que tiene que bajar. Ella se negó argumentando que la guagua estaba dormida y no podía dejarla sola. Insistieron. Se negó y colgó. El teléfono volvió a sonar. Ana comenzaba a desesperase, a abandonarse, a sufrir por adelantado el robo de Lucía que sería entregada a una familia colaboracionista y crecería bajo el ala de Pinochet, mientras el teléfono de la habitación volvía a sonar con insistencia. Ana estaba al borde del llanto cuando de repente escuchó un grito enorme y colectivo, como un gol. Más gritos, risas, alegrías: fuera de la habitación, Chile estaba festejando. ¿Qué pasó?, se preguntaba. Oyó un champagne descorchándose y felicitaciones y besos. Abrió entonces tímidamente la puerta y vio al personal del hotel brindando, poniendo música y festejando como si fuera año nuevo. Escuchó a un botones gritar "¡¡Las chilenas son las mujeres más lindas del mundo!!". Y entonces prendió la televisión.
Todos los canales, absolutamente todos, mostraban la misma imagen. Una rubia de peinado alto y cintura diminuta lloraba de alegría con una corona en la cabeza. Su vestido blanco llevaba una banda que rezaba CHILE, y le estaban poniendo otra por encima. Cecilia Bolocco había sido coronada Miss Universo, y Chile entero estaba de fiesta.
Ana esperó. La alegría seguía en los pasillos y en las calles. Los chilenos estaban festejando y emborrachándose. El teléfono no volvió a sonar. Y a las 6.30AM, subió con su Lucía al avión con destino a Madrid.
Inquieta, se levantó. Lucía, Lucía... ¿dónde estás, Lucía? La nena no aparecía y Ana maldijo sus minutos de distracción. Comenzó a buscarla por todo el comedor, llamando a Lucía, Lucía... ¿Lucíaaa? Finalmente la nena apareció abajo de una mesa cercana a los tres militares. Se acercó hasta allí y la tomó en sus brazos, cuando el chileno de pie la miró a los ojos. Ana apretó a su hija contra su pecho y durante esa mirada recordó como un remolino los robos de bebés de la dictadura argentina, las torturas, las desapariciones... El militar le sostuvo la mirada, y para su sorpresa, le sonrió.
-¿Su hija se llama Lucía?
-Sí, señor.
-Como nuestra segunda madre...
Ana no comprendía. ¿Qué segunda madre? ¿De qué hablaba? ¿Qué podía tener ese milico horrible y torturador con el nombre de su hija? Y entonces recordó: Lucía Pinochet.
No pudo evitarlo, todo transcurrió en un segundo. Sin pensar, sin pensarlo, Ana respondió
-Mire caballero, madre hay una sola...
El milico permutó la sonrisa brillante que lo adornaba hasta entonces por una mirada seria de asco y sospecha. Lentamente dio vuelta a la mesa donde sus dos compañeros observaban la escena, y solicitó
-Documentos, por favor...
Ana entró en pánico interno. De repente cayó en la cuenta de lo que había dicho, de dónde estaba... Se excusó diciendo que tenía que ir a buscarlos y se retiró del salón comedor, sintiendo las miradas militares clavadas en su nuca de posible subversiva.
Una vez en la habitación pensó en qué hacer. Dejó a la nena dormida sobre la cama y empezó a dar vueltas como un tigre enjaulado. Tenía que llamar a Bernardo, avisarle lo que había pasado. Su cabeza era un huracán. Los milicos la habían perseguido durante los 70' por sus amistades revolucionarias y la habían empujado al exilio. Había logrado escaparse de la muerte en ese entonces, y ahora lo echaba todo al diablo por no saber callarse la boca. En eso, suena el teléfono. Le avisan de conserjería que están haciendo un simulacro de incendio, y que tiene que bajar. Ella se negó argumentando que la guagua estaba dormida y no podía dejarla sola. Insistieron. Se negó y colgó. El teléfono volvió a sonar. Ana comenzaba a desesperase, a abandonarse, a sufrir por adelantado el robo de Lucía que sería entregada a una familia colaboracionista y crecería bajo el ala de Pinochet, mientras el teléfono de la habitación volvía a sonar con insistencia. Ana estaba al borde del llanto cuando de repente escuchó un grito enorme y colectivo, como un gol. Más gritos, risas, alegrías: fuera de la habitación, Chile estaba festejando. ¿Qué pasó?, se preguntaba. Oyó un champagne descorchándose y felicitaciones y besos. Abrió entonces tímidamente la puerta y vio al personal del hotel brindando, poniendo música y festejando como si fuera año nuevo. Escuchó a un botones gritar "¡¡Las chilenas son las mujeres más lindas del mundo!!". Y entonces prendió la televisión.
Todos los canales, absolutamente todos, mostraban la misma imagen. Una rubia de peinado alto y cintura diminuta lloraba de alegría con una corona en la cabeza. Su vestido blanco llevaba una banda que rezaba CHILE, y le estaban poniendo otra por encima. Cecilia Bolocco había sido coronada Miss Universo, y Chile entero estaba de fiesta.
Ana esperó. La alegría seguía en los pasillos y en las calles. Los chilenos estaban festejando y emborrachándose. El teléfono no volvió a sonar. Y a las 6.30AM, subió con su Lucía al avión con destino a Madrid.

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Mamá Mandarina
domingo, agosto 09, 2009
No-comida tailandesa
Mamá Mandarina me despertó este domingo, me deseó feliz día del niño (no puedo creer que todavía alguien me desee feliz día del niño) y me invitó, como regalo, a comer a Lotus Neo Thai, un nuevo local de comida tailandesa en mi barrio, Belgrano Chico y Chino.
En principio, llegamos y sólo había disponible una mesa bajita para sentarse en el piso con unos almohadones (como comemos mi vieja y yo frente a la tele). Bue, ponele que me la banco porque es re onda thai comer en el piso. Dejémonos llevar por la decoración oriental-palermitana y aceptemos las reglas del juego.
Pedimos dos menúes (o menuses) de mediodía, esto era: entrada, plato principal, postre o café y copa de vino o vaso de té rojo. Como no somos muy alcohólicas las dos nos decidimos por el té rojo, bebida que detesté apenas la probé (por qué carajo le ponen especias a las bebidas? queda más oriental?). Arrancamos mal.
Se supone que lo bueno de pedir el "menú del día" en los restoranes es que sale rápido. Esto no lo digo yo, lo dice cualquiera. Es así en todos lados. Menos en Lotus.
Nos traen, en vez de pan, unas pastas de camarones que cualquiera que viva en el barrio chino sabe comprar y consumir. Las devoramos en cinco minutos. Y entonces comenzó la enorme espera.
Se las resumo: estuvieron 40' para traer las entradas. Sí, leyeron bien: sólo las entradas. Que eran tres empanaditas chinas pedorras fritas y tres pedacitos de pollo (crudos). Bien. Si habíamos arrancado mal, ahora estábamos como el orto.
A todo esto, los mozos eran tres hippies roñosos con zapatillas sucias y ropa de bambula que no tenían ningún tipo de sincronización. Nos atendieron los tres en diferentes momentos, no nos trajeron el agua mineral que les pedimos, se sacaban los mocos en frente a la cocina (bueno, eso quizás no, pero sigo enojada).
A los 50' yo ya había salido, me había fumado un pucho, le había hecho prometer a la moza que si no venía en 5' nos íbamos al carajo y había logrado poner nerviosa hasta a mi mamá. Finalmente, cuando decidimos irnos sin que nos hubieran servido, salieron los platos. Así que bue, ya fue, comamos...
...horrible.
A ver, yo no soy asquerosita: me banco comer comidas locas y extrañas, hacer turismo guiri-culinario y me encanta ver los programas de mi vecina Narda Lepes viajando por el mundo y comiendo cualquier porquería. Pero hay cosas que en un restorán, sirvan la comida que sirvan, no se deben hacer. Y una de ellas es que los ingredientes deben estar detallados en el menú. Por ejemplo, si yo pido pollo al curry con leche de coco, no podés traerme pollo picante al curry con jengibre, mango (wtf?) y leche de coco. Porque a mí no me gusta el picane, y simplemente detesto el jengibre. Mismo caso para lo que pidió Mamá Mandarina: los hongos saltados con verdura del menú en realidad eran verdura con hongos saltadas con brotes de soja, y mi vieja detesta los brotes de soja (dice que es como comer papel), tanto como yo el jengibre. La verdad sea dicha: su plato con nombre rococó era en realidad una pequeña y variada ensalada salteada con salsa tamarinda que incluía ingredientes tan orientales como brócoli, coliflor y tomatitos cherry (wtf?).
En principio, llegamos y sólo había disponible una mesa bajita para sentarse en el piso con unos almohadones (como comemos mi vieja y yo frente a la tele). Bue, ponele que me la banco porque es re onda thai comer en el piso. Dejémonos llevar por la decoración oriental-palermitana y aceptemos las reglas del juego.
Pedimos dos menúes (o menuses) de mediodía, esto era: entrada, plato principal, postre o café y copa de vino o vaso de té rojo. Como no somos muy alcohólicas las dos nos decidimos por el té rojo, bebida que detesté apenas la probé (por qué carajo le ponen especias a las bebidas? queda más oriental?). Arrancamos mal.
Se supone que lo bueno de pedir el "menú del día" en los restoranes es que sale rápido. Esto no lo digo yo, lo dice cualquiera. Es así en todos lados. Menos en Lotus.
Nos traen, en vez de pan, unas pastas de camarones que cualquiera que viva en el barrio chino sabe comprar y consumir. Las devoramos en cinco minutos. Y entonces comenzó la enorme espera.
Se las resumo: estuvieron 40' para traer las entradas. Sí, leyeron bien: sólo las entradas. Que eran tres empanaditas chinas pedorras fritas y tres pedacitos de pollo (crudos). Bien. Si habíamos arrancado mal, ahora estábamos como el orto.
A todo esto, los mozos eran tres hippies roñosos con zapatillas sucias y ropa de bambula que no tenían ningún tipo de sincronización. Nos atendieron los tres en diferentes momentos, no nos trajeron el agua mineral que les pedimos, se sacaban los mocos en frente a la cocina (bueno, eso quizás no, pero sigo enojada).
A los 50' yo ya había salido, me había fumado un pucho, le había hecho prometer a la moza que si no venía en 5' nos íbamos al carajo y había logrado poner nerviosa hasta a mi mamá. Finalmente, cuando decidimos irnos sin que nos hubieran servido, salieron los platos. Así que bue, ya fue, comamos...
...horrible.
A ver, yo no soy asquerosita: me banco comer comidas locas y extrañas, hacer turismo guiri-culinario y me encanta ver los programas de mi vecina Narda Lepes viajando por el mundo y comiendo cualquier porquería. Pero hay cosas que en un restorán, sirvan la comida que sirvan, no se deben hacer. Y una de ellas es que los ingredientes deben estar detallados en el menú. Por ejemplo, si yo pido pollo al curry con leche de coco, no podés traerme pollo picante al curry con jengibre, mango (wtf?) y leche de coco. Porque a mí no me gusta el picane, y simplemente detesto el jengibre. Mismo caso para lo que pidió Mamá Mandarina: los hongos saltados con verdura del menú en realidad eran verdura con hongos saltadas con brotes de soja, y mi vieja detesta los brotes de soja (dice que es como comer papel), tanto como yo el jengibre. La verdad sea dicha: su plato con nombre rococó era en realidad una pequeña y variada ensalada salteada con salsa tamarinda que incluía ingredientes tan orientales como brócoli, coliflor y tomatitos cherry (wtf?).
Lo único bueno de la comida fue el cuenquito de arroz hecho en vaporera que nos trajeron para acompañar.
Por supuesto, terminamos de comer y huimos raudamente. No fuera cosa de que por esperar el café (que seguro venía frío) ya me empezaran a salir canas. ¿Que cuánto nos salió el mal trago? Nada, tranquilos: sólo $96.-!!!
Por supuesto, terminamos de comer y huimos raudamente. No fuera cosa de que por esperar el café (que seguro venía frío) ya me empezaran a salir canas. ¿Que cuánto nos salió el mal trago? Nada, tranquilos: sólo $96.-!!!

Conclusión: Lotus se ve divino, tiene una ambientación linda (aunque un poco oscura) y sabe venderse bien. Pero el servicio, la comida y sobre todo el precio apestan. Porque, como ya lo dijo la sabiduría popular, las apariencias engañan.
Foto de mi pollo con curry, jengibre y mango con el té rojo. Por más divino que se vea, no lo olviden: en el mismo barrio por $96.- se clavan terrible parrillada uruguaya con un tinto exquisito en El Pobre Luis.
Foto de mi pollo con curry, jengibre y mango con el té rojo. Por más divino que se vea, no lo olviden: en el mismo barrio por $96.- se clavan terrible parrillada uruguaya con un tinto exquisito en El Pobre Luis.
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