miércoles, septiembre 30, 2009

Las amantes

La amante es la mujer más hermosa del mundo
durante algunas horas por semana.
(anónimo)



Existen muchas formas de clasificar a las mujeres. Hay quienes se dedican a eso. Yo, por mi parte, siempre fui de lenguaje audiovisual: me crié viendo películas, por lo que mi criterio favorito para entender a las mujeres -o al menos el más utilizado- es el del cine.


Un tipo de mujer o de personaje femenino que más atrae mi atención es el de la amante. La amante es una mujer, ante todo, especial. Tiene un carácter fuerte, llamativo - es imposible no notarla en cualquier tipo de reunión social. Como si su presencia atrajera reflectores de atención, a pesar de estar discretamente conversando en un rincón con un hombre cuyos ojos clava en su escote. Es poseedora de una sensualidad única, aún no siendo la más hermosa de la sala. Hay algo en la forma en la que sostiene el cigarrillo, o en el beso que deja marcado sobre la copa de vino que despierta curiosidad y erecciones.

La amante pertenece al club de los solitarios que deciden romper las reglas sociales castigadas por las miradas indiscretas y los programas de chimentos. Son mujeres solas, en el sentido más profundo de la palabra. Pero no porque su cama esté vacía más días a la semana que la de otra. Su vida sentimental se basa en el rechazo a exigir monogamia, lo cual la separa mucho de sus congéneres. Las amantes son el cáncer de las casadas, se come su matrimonio por dentro. Por eso las amantes son mujeres solitarias: sus congéneres las abandonan y las castigan. Por eso en las películas la amante siempre es mala: porque es la enemiga de la protagonista. Porque es la otra.

La duda que ha nacido en mi cabeza y empieza a germinar su semilla en este post, es por qué siempre se las ve en ese rol. ¿Cuál es la vida de una amante? ¿Qué siente, qué piensa? ¿Una amante es una mujer que toma la decisión de la soledad por un hombre? ¿Es una mujer feliz?...




Mmm...



Yo creo que puede serlo...


lunes, septiembre 28, 2009

Publicate esta Mandarina III

Está bien, lo admito: como todo blogger, mi sueño es ser Casciari. No en el sentido literal del término (tendría que engordar algunos kilos, mudarme de planeta y, ah sí, cambiar de sexo), sino en el sentido de vivir de bloggear, o al menos de escribir. Hay días en los que siento que éste es un sueño inalcanzable, y otros en los que siento que estoy más cerca que nunca de cumplirlo.

Hoy es uno de los segundos. Porque una vez más, los chicos de Oblogo decidieron que vale la pena que forme parte de su divina publicación. Así que pueden encontrar mi post Miss Universo en el n°18 de esta hermosa revistita de distribución gratuita.


Gracias Oblogos míos por seguir confiando en mí!... Cada vez que lo hacen me siento un pasito más cerca de mi sueño.


Ah!... Parece que se viene un concurso
entre todos los posts publicados en Oblogo...
Apenas sepa más les cuento!

domingo, septiembre 20, 2009

La metáfora de Dexter

Cuando era chica, o joven, o más joven que hoy, entendía que el amor se basaba en una transparencia absoluta entre dos personas. Nada que ocultar, nada que mentir: una honestidad al 100% que nos volvía seres sin secretos ni sorpresas. Para mí, quererse era eso: una absoluta confianza, una certeza. Una verdad.

Ayer terminé de ver la primera temporada de DEXTER, la serie protagonizada por el glorioso Michael C. Hall (que también hizo de David Fisher en la fantástica Six Feet Under). Como muchos de ustedes ya sabrán, la historia de Dexter se centra en su doble vida: para todo el mundo, es un especialista en manchas de sangre, y trabaja en el departamento de homicidios de la policía de Miami. Pero para sí mismo, y para sus víctimas que nunca volverán a hablar, Dexter es un serial killer extremadamente prolijo e inteligente, cuyos asesinatos nunca salen a la luz del sol.

El gran nudo de la serie es cómo logra Dexter vi
vir una vida construída sobre mentiras y apariencias que protegen su verdadero yo. Dexter es un monstruo enmascarado que oculta en su interior una realidad inconfesable. Sabe que no puede contarselo a nadie, absolutamente a nadie, porque su verdad interna es tan terrible y abominable que nunca nadie podrá entenderlo, aceptarlo, amarlo por cómo él es en verdad. Entonces, aparenta. Aparenta sonrisas en las fotos familiares, aparenta sentimientos por su novia Rita y su hermana adoptiva Debra, aparenta ser normal cuando en realidad no lo es.

A primera vista la forma de vida de Dexter parece asfixiante. ¿Cómo es posible vivir aparentando? ¿Cómo puede sobrevivirse una vida de máscaras constantes y secretos irrevelables? Dexter dice sentirse un mero espectador de su vida cuando se encuentra rodeado de personas, alguien que ve como otro vive con su cuerpo y su nombre.

Mientras terminaba de ver el último capítulo, acariciaba el pecho de mi novio, dormido sobre el sofá. Lo veía dormir, lo sentía dormir: su piel viva, tibia, que lo recubre; su pecho inflándose de aire, mantenién
dolo con vida; sus ojos cerrados, abiertos en el sueño. Y pensé en todo lo que nos acerca, lo que nos mantiene juntos, y también en lo que nos mantiene separados, individualizados. Nuestro amor no es el que creía cuando era chica, no: tenemos secretos, pasados, nervios internos que no son aptos para compartir. ¿Acaso esto implica que nos queremos menos, que nuestro amor es una apariencia, o que es menos verdadero?

Comprendí que no. La definición del amor que
tenía es de niña, de joven, de inexperimentada. El amor toma diferentes formas según la persona, pero también según los años. Nuestras formas de amar cambian con nosotros. Y esto me lo enseñó Dexter. La forma de vida de Dexter es una metáfora para todas las formas de vida. Todos somos Dexter. We all have our secrets. Vvimos nuestras vidas tras las fronteras infranqueables de nuestra propia piel, nuestro campo AT. Hay asuntos que nunca nadie logrará siquiera sospechar de nosotros mismos. Secretos, pudores, mentiras: no importa de qué se traten, son sólo propios. Y eso no es engañar, ni ocultarse; eso es comprender una verdad universal para aceptarnos a nosotros mismos y aceptar a los demás. Para mejorar nuestros vínculos y, a la vez, ser más independientes.


jueves, septiembre 17, 2009

Miss Universo

El comedor del hotel estaba casi vacío a esa hora de la madrugada. Ana se pidió un café negro, prendió un cigarrillo y dejó a Lucía en el piso. La nena tenía un año, pero había empezado a caminar a los nueve meses, así que parecía una enana correteando entre las mesas. Sólo había otras dos ocupadas: un hombre solo que tomaba Campari mirando por la ventana, y más apartados, dos militares sentados y uno de pie, fumando cigarros. Ana intentó relajarse. El avión que había conseguido para ir hasta Madrid hacía escala en Chile, donde paraban una noche, para volver a salir rumbo a la madre patria a las 6.30AM. En Madrid la esperaba Bernardo, el padre de Lucía. Corría el año 1987. Las heridas de un genocidio disfrazado de guerra contra la subversión aún no sanaban del todo. Ana había perdido a muchos amigos y familiares durante la dictadura argentina, y ahora se encontraba en una dictadura chilena. Saberse en territorio gobernado por un milico de facto la incomodaba y le traía memorias todavía frescas y dolorosas. Apagó el cigarrillo, terminó el café y levantó la vista. A Lucía no se la veía por ningún lado.

Inquieta, se levantó. Lucía, Lucía... ¿dónde estás, Lucía? La nena no aparecía y Ana maldijo sus minutos de distracción. Comenzó a buscarla por todo el comedor, llamando a Lucía, Lucía... ¿Lucíaaa? Finalmente la nena apareció abajo de una mesa cercana a los tres militares. Se acercó hasta allí y la tomó en sus brazos, cuando el chileno de pie la miró a los ojos. Ana apretó a su hija contra su pecho y durante esa mirada recordó como un remolino los robos de bebés de la dictadura argentina, las torturas, las desapariciones... El militar le sostuvo la mirada, y para su sorpresa, le sonrió.

-¿Su hija se llama Lucía?
-Sí, señor.
-Como nuestra segunda madre...

Ana no comprendía. ¿Qué segunda madre? ¿De qué hablaba? ¿Qué podía tener ese milico horrible y torturador con el nombre de su hija? Y entonces recordó: Lucía Pinochet.
No pudo evitarlo, todo transcurrió en un segundo. Sin pensar, sin pensarlo, Ana respondió

-Mire caballero, madre hay una sola...

El milico permutó la sonrisa brillante que lo adornaba hasta entonces por una mirada seria de asco y sospecha. Lentamente dio vuelta a la mesa donde sus dos compañeros observaban la escena, y solicitó

-Documentos, por favor...

Ana entró en pánico interno. De repente cayó en la cuenta de lo que había dicho, de dónde estaba... Se excusó diciendo que tenía que ir a buscarlos y se retiró del salón comedor, sintiendo las miradas militares clavadas en su nuca de posible subversiva.

Una vez en la habitación pensó en qué hacer. Dejó a la nena dormida sobre la cama y empezó a dar vueltas como un tigre enjaulado. Tenía que llamar a Bernardo, avisarle lo que había pasado. Su cabeza era un huracán. Los milicos la habían perseguido durante los 70' por sus amistades revolucionarias y la habían empujado al exilio. Había logrado escaparse de la muerte en ese entonces, y ahora lo echaba todo al diablo por no saber callarse la boca. En eso, suena el teléfono. Le avisan de conserjería que están haciendo un simulacro de incendio, y que tiene que bajar. Ella se negó argumentando que la guagua estaba dormida y no podía dejarla sola. Insistieron. Se negó y colgó. El teléfono volvió a sonar. Ana comenzaba a desesperase, a abandonarse, a sufrir por adelantado el robo de Lucía que sería entregada a una familia colaboracionista y crecería bajo el ala de Pinochet, mientras el teléfono de la habitación volvía a sonar con insistencia. Ana estaba al borde del llanto cuando de repente escuchó un grito enorme y colectivo, como un gol. Más gritos, risas, alegrías: fuera de la habitación, Chile estaba festejando. ¿Qué pasó?, se preguntaba. Oyó un champagne descorchándose y felicitaciones y besos. Abrió entonces tímidamente la puerta y vio al personal del hotel brindando, poniendo música y festejando como si fuera año nuevo. Escuchó a un botones gritar "¡¡Las chilenas son las mujeres más lindas del mundo!!". Y entonces prendió la televisión.

Todos los canales, absolutamente todos, mostraban la misma imagen. Una rubia de peinado alto y cintura diminuta lloraba de alegría con una corona en la cabeza. Su vestido blanco llevaba una banda que rezaba CHILE, y le estaban poniendo otra por encima. Cecilia Bolocco había sido coronada Miss Universo, y Chile entero estaba de fiesta.

Ana esperó. La alegría seguía en los pasillos y en las calles. Los chilenos estaban festejando y emborrachándose. El teléfono no volvió a sonar. Y a las 6.30AM, subió con su Lucía al avión con destino a Madrid.

miércoles, septiembre 16, 2009

Encuesta Mandarina

Encuesta para usuarios de Twitter:

¿Cuántas pestañas tenés abiertas ahora?

La política como herramienta de transformación



La riqueza de una vida cualquiera está dada por sus multifaces. Cuantas más actividades seamos capaces de disfrutar, mayor será nuestro provecho de la vida. Entre las tantas cosas a las que dedico mi tiempo se cuenta la política. Asumo que esto debe ser una sorpresa para muchos de los lectores de este blog, puesto que no suelo escribir sobre el tema aquí. Por lo general me reservo otros espacios y soportes para hablar sobre este tema tan incómodo para la mayoría de la juventud. Pero hoy tengo ganas de escribir sobre algo muy básico: por qué hago hago política.
Pero antes de seguir con esto, dame play.



El concepto política es muy complicado. Como estudiante de Ciencia Política puedo afirmar que cada autor, cada teórico, lo define diferente y según su propia perspectiva. Cada uno trabaja con la definición que cree correcta. Y en mi caso, como futura politóloga y como militante, entiendo a la política como una herramienta de transformación.

Vivimos en un país enorme y dividido por mucho más que ríos y meridianos. La realidad de nuestra sociedad y nuestro pueblo está partido en dos: mientras algunos son dueños de riquezas incalculabes y derraman litros de leche en las rutas protestando porque quieren tener más, otros corren carreras en basureros por encontrar algo más que la nada. Nuestra realidad es dolorosa e injusta, a pesar de que nosotros no seamos las víctimas más crudamente afectadas por la catástrofe de la desigualdad social.

Hay un momento en la vida de todos en los que esta realidad nos golpea en la cara aunque no la querramos ver. Los nenes descalzos en el subte repartiendo estampitas a cambio de miradas desviadas e incómodas, los adultos revolviendo la basura de Barrio Norte en búsqueda de cartón; quien niegue haber visto estas imágenes está ciego de negación. Y yo me niego a acostumbrarme a estas visiones. Me niego a que me sea cotidiano ver a una persona dormir tapada con cartones en una esquina de pleno invierno. Me niego a dejarme acostumbrar a este paisaje, porque no es normal, no es natural. Que haya tantas pero tantas personas condenadas a la miseria y el hambre, sin trabajo ni opciones ni libertad, no es natural: es consecuencia de un orden establecido, un status quo del que todos somos parte; una ruleta rusa que nos tocó en suerte a nosotros y en desgracia a la gran mayoría. Me sé privilegiada, sin dudas, pues como dice Sabina, "tenemos el lujo de no tener hambre".

Es mi negación a resignarme a esta realidad lo que día a día me empuja a seguir haciendo política. Esta realidad tan cruel me llena de compasión (en el sentido no-latino de la palabra); no puedo ni quiero evitar ponerme en la piel de los chicos descalzos del subte. Hacer oídos sordos, mirar para otro lado, callarse la boca: abandonar los cinco sentidos cada vez que se cruza a un pobre requiere demasiada capacidad de negación para mi persona. No puedo ni quiero hacerme la boluda, quedarme al borde del camino, no meterme en estos asuntos; al contrario. Quiero formar parte de algo más grande de mí, cuyo objetivo sea transformar esta realidad.

Acepten entonces mi definición de política. Sólo la política puede transofrmar la realidad, o mantener el status quo. Sólo mediante la práctica y la participación política puede hacerse algo para vivir en un mundo, o al menos un país, más justo para todos. Sé que a todos esta realidad nos golpea, pero la mayoría decide no entrometerse por no saber qué hacer. Lo que yo creo es que, si cada vez somos más los que nos levantemos contra la injusticia, más difícil será para quienes quieren mantenerla.

Estoy segura de que muchos creerán que yo pienso todo esto porque soy joven, y por lo tanto idealista. Sólo tengo una respuesta para ellos: desacreditarme por mi juventud es como desacreditarme por ser mujer. Negar la gran capacidad creativa y vital que tenemos los jóvenes es una estrategia antigua y oxidada que nos reprime la voluntad. Y yo no voy a dejarme convencer por ellos.


Es mucho más cómodo disfrutar del dulce paseo de la comfort capitalista.
Pero también es mucho más egoísta.

martes, septiembre 15, 2009

Pulp Fiction Wallpaper

I love you, Honey Bunny

lunes, septiembre 14, 2009

Ladies brunch

A mi primer novio lo conocí por Internet. Una madrugada buscó porteñas conectadas (el glorioso ICQ permitía ese tipo de búsquedas) y, por supuesto, me encontró a mí. Chateamos un tiempo y finalmente nos encontramos en Camelot por primera vez.

En ese entonces encontrarse con alguien que habías conocido por Internet era una locura equiparable a ir en bolas por Once. La red de redes todavía era 1.0, los padres no la usaban y los adolescentes éramos advertidos por amenazadores psicópatas, pedófilos o cobradores de impuestos que falseaban sus identidades en salas del mIRC para conseguir números de tarjetas de crédito o pornografía infantil. Poca gente usaba Internet, y mucha menos la comprendía, de ahí el miedo y la desconfianza que generaba.

No sé si será porque soy parte de una generación nativa, o por mi histórica falta de escrúpulos; lo cierto es que yo, desde que tengo 15 años, he conocido muchísima gente a través de Internet. Por ICQ, por listas de correo, foros, blogs y más recientemente Twitter, he conocido decenas, incluso más de un centenar de personas. Muchas de ellas quedaron en un pasado adolescente; la mayoría, en cambio, sigue siendo parte fundamental de mi vida. Amores, amistades, huracanes de sábanas: las relaciones tomaron cualquier forma humana posible. Mi vida hoy no sería mi vida, si no fuera por Internet.

Con los años el miedo a Internet fue desapareciendo, y hoy nadie se avergüenza de admitir en público que conoció a su novia por Facebook. Entre las maravillas del networking en la actualidad, me llegó por Twitter una convocatoria: el
Ladies Brunch. La idea era tentadora: forzarnos a salir un domingo al mediodía para comerse un rico brunch con otras mujeres 2.0 y chusmear, conocerse, hacer contactos interesantes y divertirse un rato. El concepto me parecía una locura, y por eso me anoté. Si bien mi curriculum es extenso en lo que a encuentros offline se refiere, nunca había ido a una convocatoria de este tipo sin siquiera haber tenido algún tipo de contacto online. Una nueva experiencia, entonces. ¿Por qué no, eh?

El primer Ladies Brunch se desarrolló en el BoBo Hotel, pleno Palermo Viejo. Precioso lugar, super sencillo y muy acogedor. El menú fue un manjar, y preparado especialmente para el evento. Fuimos al rededor de 35 mujeres (qué convocatoria!) de los más diversos intereses y ocupaciones: publicistas, chiicas RRPP, modelos, fotógrafas, bloggers y hasta una niñera! También me llamó la atención la cantidad de extranjeras que había: hablé con una norteamericana, tres inglesas, una mexicana y una colombiana; todas ellas viviendo en Buenos Aires por decisión personal (wau!).

Desafortunadamente la distribución de las sillas y meses dificultó la interacción con todas, pero las chicas que se sentaron cerca mío eran todas encantadoras, y fue un verdadero placer charlar con ellas durante algunas horas, conocernos, reirnos, pasarnos contactos y prometernos una segunda vuelta.
Así que, desde este humilde lugar, abrazo públicamente a Marinita por su gran iniciativa, y ya le doy el presente indiscutido para el próximo encuentro!

Thank you girls for so much fun!

jueves, septiembre 10, 2009

Tócala de nuevo, Brad


El pasado martes 08/09 fui al teatro Gran Rex a ver al talentosísimo señor de la foto, el pianista Brad Mehldau, en su cuarta presentación en Buenos Aires. De formación clásica, Brad terminó por dedicarse a la música popular o contemporánea, logrando una mezcla única y muy reconocible. Así como yo, muchos lo deben haber conocido por sus versiones de temas de Radiohead, entre las que se destacan Paranoid Android y Exit music (for a film), dos joyitas reinterpretadas como nadie.

El recital de solo piano estuvo espectacular. Brad es realmente un gran pianista, muy virtuoso y con mucho talento para hechizar al público. Tocó desde temas suyos como el precioso París de su disco Places, hasta versiones de Tom Jobim, Massive Attack y standars de jazz como Cry me a river. Fui con Hermano Mandarina y la divina de Nadia, que se copó a último minuto y fue muy grata compañía. La sala estaba llena hasta el upite, y explotaba de entusiasmo, al punto de que el querido Mehldau no hizo uno ni dos ni tres bises, sino hasta seis! Realmente nadie quería irse de ahí, fue un espectáculo maravilloso.

Les dejo aquí una muestra de su exquisito talento, así lloran por no haberlo conocido antes y no haber aprovechado la oportunidad que representa ir a verlo en vivo!



Chapaux!

martes, septiembre 01, 2009

Efecto anti-publicitario

Hace días que vengo masticando bronca y pensando en encausarla a través de mis dedos en este, mi humilde espacio blogger, mi ventana al mundo donde puedo decir lo que se me canta, recomendar lo que se me antoja y quejarme con libertad. Aquí va:

Estoy enferma de publicidad.

Estoy absolutamente harta de la publicidad. Harta de que cada vez haya más, en más lugares, más invasora, más dañina. Creo que últimamente disfruto tanto estar en mi casa porque no estoy expuesta a la locura publicitaria. Es ingobernable la cantidad de información visual, audiovisual y sonora que constantemente nos bombardea diciendo que si compramos algo vamos a ser más felices, nos va a reducir trabajo o nos va a hacer crecer las tetas.

Yo entiendo al capitalismo. Él necesita constantemente generar mercados nuevos, o renovar los viejos. Entiendo que la lógica de todo el sistema en el que estamos inmersos (y no podemos hacer nada por cambiar eso, salvo la revolución) se sostiene sobre el sagrado pilar del consumo. Por eso es tan importante convencernos de que somos gordos, feos, o simplemente menos que los demás; y que comprando un producto eso se solucionará.

Pero hay algo que el capitalismo no entiende de mí, y de personas como yo. Y es que su sucia y asquerosa estrategia publicitaria genera lo contrario en mí. Lo he dado en llamar el efecto anti-publicitario. Déjenme explicarme. Asumo que todos mis lectores frecuentan los canales de televisión Sony y Warner, al menos un poquito. Yo los frecuento bastante (teniendo en cuenta que miro poquísima tele). Bien. No sé si habrán notado la insoportable cantidad de publicidades que la marca Colgate tiene en esos canales. Es infernal. No es posible que una marca tenga tantos productos diferentes cuando se reduce al estrecho mercado de la higiene bucal. Pero Colgate siempre se las ingenia: enjuagues bucales, centenares de diferentes cepillos de dientes, miles de pastas dentífricas entre las cuales elegir. Hay que admitirles que se sacaron un 10 en Chamuyo intentando diferenciar un cepillo de otro, o un dentífrico de otro. Pero tanto me han llenado los ovarios con helio, que hace ya más de un año Colgate me ha perdido para siempre como consumidora, por culpa del antes mencionado efecto anti-publicitario. He decidido, conscientemente y como reacción a su bombardeo publicitario, no comprar nunca más un producto Colgate. Y desde entonces soy afiliada a Kolynos.

Así como me pasó con Colgate, me pasa con miles de otras marcas o productos. El entretenimiento es uno de los ejemplos más claros de esto. Consumo varias revistas (OK, lo admito, soy una fetichista de las revistas), pero son elegidas con mucho cuidado. Y ninguna de ellas está tratando de venderme sólo la publicidad que viene adentro. Detesto con toda mi alma publicaciones del tipo Para Ti, cuyo único contenido es un catálogo bastante caro. Salgamos del micromundo editorial: pensemos en la radio. La cantidad de segmentos auspiciados por marcas que hay en los programas de la Metro es infernal. "Auspicia las máximas del Hombre Cualquiera Red Megatone". WTF?... Y ni hablar de las estruendosas publicidades entre bloque y bloque. Logran que me saque los auriculares durante 10 minutos...

El efecto anti-publicitario entonces, cambia nuestro consumo en función del rechazo que nos producen ciertas marcas o medios por su discurso publicitario. Producen el efecto exactamente opuesto al deseado: en lugar de tener ganas de consumir, rezamos porque la empresa quiebre y no tengamos que ver nunca más a una notera con un cameraman entrar corriendo al baño de un pobre flaco que tiene mal aliento.

Como dije al principio, yo entiendo al capitalismo. Entiendo que hay ciertos emprendimientos que si no fuera por la publicidad que llevan encima no podrían ser posibles (caso de revistas y radios independientes, blogs, y demás). Es claro que no sólo tolero sino que apoyo esta clase de publicidades, y me parece que dentro de todo es beneficiario para ambas partes, y al consumidor no lo perjudica en gran forma. A mí lo que me rompe la paciencia es ir a mear al baño de un shopping y que a la altura de mis ojos sobre el inodoro haya una publicidad enorme en la puerta. Me siento violada e impotente porque yo no puedo hacer nada porque pongan publicidades en los baños de los shoppings, en los asientos de los colectivos o en carteles cada vez más inmensos que tapan el escaso sol porteño. No existen ningún tipo de ley que proteja mi derecho de ver el cielo, viajar en bondi tranquila o mear en un shopping en paz. Es imposible luchar contra ellos.

De modo que enalboro la bandera del efecto anti-publicitario como mi pequeña venganza personal. Y busco otras opciones. ¿No me banco escuchar la Metro? Escucho radios online. ¿No soporto ver Sony y Warner? Me bajo películas y series por uTorrent. Así, estoy matando dos pájaros de un tiro. Porque no sólo me limpio de publicidad dañina (y no les compro un carajo), sino que además encuentro cosas mucho más interesante buceando en lo under de Internet y los kioscos de revistas. Encuentro proyectos piolas, creativos e inteligentes de gente que de verdad se merece cobrar por ello y vivir de eso. Y cuyas publicidades no me ahogan, sino que me ponen contenta.

Y todo gracias a que el capitalismo no me entiende.